Señoras: La mala suerte me persigue. Ayer tenía una pequeña reflexión, de esas entrañables, sencillas y cautivadoras que de repente se me ocurren y adivinen qué... se me borró. Tenía que ver con el replanteamiento que hice de mi propia vida entre el sábado y el martes. Todo por una serie de eventos sociales desastrosos al punto de que la expresión trágame tierra se hizo vívida y necesaria. Pero la tierra no se abrió bajo mis pies ni fui azotada por un rayo, como le pasó al amigo de Lutero, experiencia que le cambio por cierto la vida al atormentado monje agustino.
Eso es lo que he estado haciendo. Porque claro, la Carmen me odia. Me ha pedido que le mande este mail con insistencia, al comienzo simpática, luego con mensajes de texto y ayer con un mensaje cortante en inglés. Y cuando las cosas vienen en una lengua distinta a la materna es porque el castellano no da abasto para expresar el mensaje completo. (Carmen, sé que estás en mesenger y que no me has pescado. Para que te alegres y seamos amigas, te cuento que he comprado dos veces en Falabella y que hoy en la tarde voy por un dvd).
Aprovecho estos minutos de soledad para escribir. Todas las madres se fueron a buscar a sus hijos al jardín infantil y a mí me da lata partir a la casa. La doctora me prohibió comer la comida del casino del diario por ser una suerte de desecho alimentario, así que aquí estamos masticando un chicle de sandía desabrido por las horas de repetir el mismo ejercicio.
Sorry darling Carmen, pero no tengo muchas cosas nuevas que contar (mi vida no es tan exitante, ¿ya?). En realidad, podría dedicarme a explicar cómo las mujeres que no tienen guagua se quedan fuera del proceso de decisiones dentro de un equipo de trabajo y acatando lo que las matronas experimentadas en epidurales pontifican. Pero eso, que es la historia de mi vida en esta sección, no tiene nada de nuevo.
Lo que pasa es que cuando las minorías se organizan obvio que tienen más poder que la gente anormal, poco común pero muy corriente como es cualquier persona de la calle, entre las que me incluyo. Y teniendo el canal de comunicación adecuado, pueden dar vuelta el juego del sentido común en su favor.
Por eso, aunque me encantan las minorías, me cargan las organizadas que al final terminan exigiendo no un trato distinto en virtud de lo que tienen de especial, sino que un trato igualitario que no puede traer nada bueno.
Y ellas se organizaron para entronizar el discurso oficial de los ratos libres: como la presentación del 18 de septiembre en que el pequeño se va a vestir de copihue, huemul o lo que sea que se use para tomar la esencia de la chilenidad, y por el cual el mundo debe dejar de girar por unos segundos... o unas horas.
Al principio mis comentarios sobre lo ridículo de la situación eran acallados con una talla cariñosa, pero de un tiempo a esta parte estoy recibiendo amedrentaciones de grueso calibre. Incluso conocí la hipocresía, al darme cuenta de que hago más comentarios de la cuenta sobre lo adorables que son los críos a los 3 años. Pero en esta vida hay que tener varias cosas si es que uno quiere sobrevivir, como por ejemplo, decir las palabras "estupendo" o "salvaje" y hacer como que uno conoce a medio Santiago (... fuimos compañeras de colegio..., salí con él,... somos yuntas... etc.)
Medio amargo mi tema, pero repito, esta fue la semana de las definiciones. Tomé todo tipo de determinaciones importantes en todos los ámbitos de la vida. Parece que llega una edad en que no hay vuelta atrás en lo que uno va siguiendo. El tema es que si te das cuenta muy tarde, los detalles te van demorando.
Por eso, my dearest miss Rojas, no he podido escribirte a ti o a Fan. Sobre todo porque el tema de la edad es una de las condicionantes de las que no he querido ni acordarme en estos días. Claro, uno se pone límites ficticios que tienen que ver con el cambio de lustro o década y que como no se cumplen, nos sumergen en el peor de los abismos del caldo mental. Los lugares comunes y el sentimiento de autocompasión duelen como nunca y no es raro que nos veamos inundados de placeres culpables como esas canciones de Emanuel que nos hacen cerrar la ventana del auto mientras entonamos sus tristes versos.
En ningún momento yo estuve ante la pista de recortan esperando la señal del árbitro, que daba la partida a todos los corredores. Nunca me dijeron cuánto tenía que demorarme ni en qué consistía exactamente la meta. Por eso, estimada, la reflexión sobre la edad se la dejaremos a los seres fiscalizadores que nos ponen caras porque tenemos la edad que tenemos y no hemos logrado lo que ellos consideran fundamental para vivir.
Es inevitable. Siempre van a llegar esos comentarios así como: no importa que no te cases, porque una tía mía que es súper chora no se casó y ahora vive de lo mejor con su mamá que tiene alzheimer.
O los del tenor: es mejor que no te cases, porque mi prima, la Quela, se casó y se separó y ahora incluso ha tenido que ir al sicólogo.
Pero los mejores, que son para el bronce son esos bien intencionados que dicen: qué suerte tienes, yo cuando no tenía niños podía dormir hasta la hora que se me diera la gana...
No más comentarios. Siempre vamos a estar bajo o sobre las expectativas de alguien. Alguien que si está mirando para el lado para evaluar tu vida, es porque no debe tener demasiada acción en la propia, if you know what I mean.
Bueno, me voy por un sandwich de queso. O un café. Impresionante sustancia la cafeína. Después les cuento por un reportaje que leí sobra la influencia de ella en el desarrollo de la revolución industrial. Es más, dentro de las cosas raras que se han estudiado está la historia de los olores. Incluso creo que en el noticiario se hizo una nota sobre la ruta del olor a caca en Santiago.
Regards,
Montse
Friday, August 05, 2005
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1 comment:
Seca! realmente te queremos en una columna. Carmenchu
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